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terça-feira, 30 de agosto de 2011

SURPREENDENTE ANÁLISE DO AGNÓSTICO MARIO VARGAS LLOSA


A FESTA E A CRUZADA

A Agência ACI Digital hoje publicou hoje uma resenha a um artigo do famoso escritor Mario Vargas Llosa, que está surpreendendo o mundo intelectual na Europa e até por aqui conforme algumas posições não muito voltadas para o Papa atual. Imagina um crítico da Igreja, de repente escreve num grande jornal europeu que a Igreja Católica não está em baixa e que ela tem um papel fundamental na sociedade atual. Vale a pena ler o que diz o escritor, a partir de sua visão direta da última Jornada Mundial da Juventude:

Em sua habitual coluna no jornal espanhol El Pais, o ganhador do prêmio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, assinalou este domingo que o êxito da recente Jornada Mundial da Juventude em Madrid fez evidente que ocidente necessita do catolicismo para subsistir.

Em seu artigo chamado "a festa e a cruzada", Vargas Llosa, que se declara agnóstico e é um constante caluniador dos ensinos da Igreja, elogia o espetáculo de Madrid "invadido por centenas de milhares de jovens procedentes dos cinco continentes para assistir à Jornada Mundial da Juventude que presidiu Bento XVI".

No texto recolhido também em sua edição de hoje pelo jornal vaticano L’Osservatore Romano, Vargas Llosa, nascido no Peru mas de nacionalidade espanhola, afirma que a JMJ foi "uma gigantesca festa de moças e rapazes adolescentes, estudantes, jovens profissionais vindos de todos os lados do mundo a cantar, dançar, rezar e proclamar sua adesão à Igreja Católica e seu ‘vício’ ao Papa".

"As pequenas manifestações de leigos, anarquistas, ateus e católicos insubmissos contra o Papa provocaram incidentes menores, embora alguns grotescos, como o grupo de energúmenos visto jogando camisinhas em umas meninas que… rezavam o terço com os olhos fechados".

Segundo Vargas Llosa existem "duas leituras possíveis deste acontecimento": uma que vê na JMJ "um festival mais de superfície que de entranha religiosa"; e outra que a interpreta como "a prova de que a Igreja de Cristo mantém sua pujança e sua vitalidade".

Depois de mencionar as estatísticas que assinalam que apenas 51 por cento de jovens espanhóis se confessam católicos, mas só 12 por cento pratica sua religião, Vargas Llosa diz que "desde meu ponto de vista este paulatino declínio do número de fiéis da Igreja Católica, em vez de ser um sintoma de sua inevitável ruína e extinção é, aliás, fermento da vitalidade e energia que o que fica dela –dezenas de milhões de pessoas– veio mostrando, sobre tudo sob os pontificados de João Paulo II e Bento XVI".

"Em todo caso, prescindindo do contexto teológico, atendendo unicamente a sua dimensão social e política, a verdade é que, embora perca fiéis e encolha, o catolicismo está hoje em dia mais unido, ativo e beligerante que nos anos em que parecia prestes a rasgar-se e dividir-se pelas lutas ideológicas internas".

Vargas Llosa se pergunta se isto é bom ou mau para o secularismo ocidental; e responde que "enquanto o Estado seja laico e mantenha sua independência frente a todas as igrejas", "é bom, porque uma sociedade democrática não pode combater eficazmente os seus inimigos –começando pela corrupção– se suas instituições não estiverem firmemente respaldadas por valores éticos, se uma rica vida espiritual não florescer em seu seio como um antídoto permanente às forças destrutivas".

"Em nosso tempo", segue Vargas Llosa, a cultura "não pôde substituir à religião nem poderá fazê-lo, salvo para pequenas minorias, marginais ao grande público"; porque "por mais que tantos muito brilhantes intelectuais tentem nos convencer de que o ateísmo é a única conseqüência lógica e racional do conhecimento e da experiência acumuladas pela história da civilização, a idéia da extinção definitiva seguirá sendo intolerável para o ser humano comum, que seguirá encontrando na fé aquela esperança de uma sobrevivência além da morte à qual nunca pôde renunciar".

"Crentes e não crentes devemos nos alegrarmos pelo ocorrido em Madrid nestes dias em que Deus parecia existir, o catolicismo ser a religião única e verdadeira, e todos como bons meninos partíamos de mãos dadas ao Santo Padre para o reino dos céus", conclui.

Fui atrás do artigo no original e está abaixo para quem gosta de aprofundar mais sobre a coisa

La fiesta y la cruzada
PIEDRA DE TOQUE. Creyentes y no creyentes debemos alegrarnos del éxito de la visita del Papa a Madrid. Mientras no tome el poder político la religión no solo es lícita, sino indispensable en una sociedad democrática -  MARIO VARGAS LLOSA Fonte: El Pais – Madri – Espanha - 28/08/2011

Bonito espectáculo el de Madrid invadido por cientos de miles de jóvenes procedentes de los cinco continentes para asistir a la Jornada Mundial de la Juventud que presidió Benedicto XVI y que convirtió a la capital española por varios días en una multitudinaria Torre de Babel. Todas las razas, lenguas, culturas, tradiciones, se mezclaban en una gigantesca fiesta de muchachas y muchachos adolescentes, estudiantes, jóvenes profesionales venidos de todos los rincones del mundo a cantar, bailar, rezar y proclamar su adhesión a la Iglesia católica y su "adicción" al Papa ("Somos adictos a Benedicto" fue uno de los estribillos más coreados).

La cultura no ha podido reemplazar a la religión ni podrá hacerlo, salvo para pequeñas minorías. Salvo el millar de personas que, en el aeródromo de Cuatro Vientos, sufrieron desmayos por culpa del despiadado calor y debieron ser atendidas, no hubo accidentes ni mayores problemas. Todo transcurrió en paz, alegría y convivencia simpática. Los madrileños tomaron con espíritu deportivo las molestias que causaron las gigantescas concentraciones que paralizaron Cibeles, la Gran Vía, Alcalá, la Puerta del Sol, la Plaza de España y la Plaza de Oriente, y las pequeñas manifestaciones de laicos, anarquistas, ateos y católicos insumisos contra el Papa provocaron incidentes menores, aunque algunos grotescos, como el grupo de energúmenos al que se vio arrojando condones a unas niñas que, animadas por lo que Rubén Darío llamaba "un blanco horror de Belcebú", rezaban el rosario con los ojos cerrados.

Hay dos lecturas posibles de este acontecimiento, que EL PAÍS ha llamado "la mayor concentración de católicos en la historia de España". La primera ve en él un festival más de superficie que de entraña religiosa, en el que jóvenes de medio mundo han aprovechado la ocasión para viajar, hacer turismo, divertirse, conocer gente, vivir alguna aventura, la experiencia intensa pero pasajera de unas vacaciones de verano. La segunda la interpreta como un rotundo mentís a las predicciones de una retracción del catolicismo en el mundo de hoy, la prueba de que la Iglesia de Cristo mantiene su pujanza y su vitalidad, de que la nave de San Pedro sortea sin peligro las tempestades que quisieran hundirla.

Una de estas tempestades tiene como escenario a España, donde Roma y el gobierno de Rodríguez Zapatero han tenido varios encontrones en los últimos años y mantienen una tensa relación. Por eso, no es casual que Benedicto XVI haya venido ya varias veces a este país, y dos de ellas durante su pontificado. Porque resulta que la "católica España" ya no lo es tanto como lo era. Las estadísticas son bastante explícitas. En julio del año pasado, un 80% de los españoles se declaraba católico; un año después, solo 70%. Entre los jóvenes, 51% dicen serlo, pero solo 12% aseguran practicar su religión de manera consecuente, en tanto que el resto lo hace solo de manera esporádica y social (bodas, bautizos, etcétera). Las críticas de los jóvenes creyentes -practicantes o no- a la Iglesia se centran, sobre todo, en la oposición de ésta al uso de anticonceptivos y a la píldora del día siguiente, a la ordenación de mujeres, al aborto, al homosexualismo.

Mi impresión es que estas cifras no han sido manipuladas, que ellas reflejan una realidad que, porcentajes más o menos, desborda lo español y es indicativo de lo que pasa también con el catolicismo en el resto del mundo. Ahora bien, desde mi punto de vista esta paulatina declinación del número de fieles de la Iglesia católica, en vez de ser un síntoma de su inevitable ruina y extinción es, más bien, fermento de la vitalidad y energía que lo que queda de ella -decenas de millones de personas- ha venido mostrando, sobre todo bajo los pontificados de Juan Pablo II y de Benedicto XVI.

Es difícil imaginar dos personalidades más distintas que las de los dos últimos Papas. El anterior era un líder carismático, un agitador de multitudes, un extraordinario orador, un pontífice en el que la emoción, la pasión, los sentimientos prevalecían sobre la pura razón. El actual es un hombre de ideas, un intelectual, alguien cuyo entorno natural son la biblioteca, el aula universitaria, el salón de conferencias. Su timidez ante las muchedumbres aflora de modo invencible en esa manera casi avergonzada y como disculpándose que tiene de dirigirse a las masas. Pero esa fragilidad es engañosa pues se trata probablemente del Papa más culto e inteligente que haya tenido la Iglesia en mucho tiempo, uno de los raros pontífices cuyas encíclicas o libros un agnóstico como yo puede leer sin bostezar (su breve autobiografía es hechicera y sus dos volúmenes sobre Jesús más que sugerentes). Su trayectoria es bastante curiosa. Fue, en su juventud, un partidario de la modernización de la Iglesia y colaboró con el reformista Concilio Vaticano II convocado por Juan XXIII.

Pero, luego, se movió hacia las posiciones conservadoras de Juan Pablo II, en las que ha perseverado hasta hoy. Probablemente, la razón de ello sea la sospecha o convicción de que, si continuaba haciendo las concesiones que le pedían los fieles, pastores y teólogos progresistas, la Iglesia terminaría por desintegrarse desde adentro, por convertirse en una comunidad caótica, desbrujulada, a causa de las luchas intestinas y las querellas sectarias. El sueño de los católicos progresistas de hacer de la Iglesia una institución democrática es eso, nada más: un sueño. Ninguna iglesia podría serlo sin renunciar a sí misma y desaparecer. En todo caso, prescindiendo del contexto teológico, atendiendo únicamente a su dimensión social y política, la verdad es que, aunque pierda fieles y se encoja, el catolicismo está hoy día más unido, activo y beligerante que en los años en que parecía a punto de desgarrarse y dividirse por las luchas ideológicas internas.

¿Es esto bueno o malo para la cultura de la libertad? Mientras el Estado sea laico y mantenga su independencia frente a todas las iglesias, a las que, claro está, debe respetar y permitir que actúen libremente, es bueno, porque una sociedad democrática no puede combatir eficazmente a sus enemigos -empezando por la corrupción- si sus instituciones no están firmemente respaldadas por valores éticos, si una rica vida espiritual no florece en su seno como un antídoto permanente a las fuerzas destructivas, disociadoras y anárquicas que suelen guiar la conducta individual cuando el ser humano se siente libre de toda responsabilidad.

Durante mucho tiempo se creyó que con el avance de los conocimientos y de la cultura democrática, la religión, esa forma elevada de superstición, se iría deshaciendo, y que la ciencia y la cultura la sustituirían con creces. Ahora sabemos que esa era otra superstición que la realidad ha ido haciendo trizas. Y sabemos, también, que aquella función que los librepensadores decimonónicos, con tanta generosidad como ingenuidad, atribuían a la cultura, esta es incapaz de cumplirla, sobre todo ahora. Porque, en nuestro tiempo, la cultura ha dejado de ser esa respuesta seria y profunda a las grandes preguntas del ser humano sobre la vida, la muerte, el destino, la historia, que intentó ser en el pasado, y se ha transformado, de un lado, en un divertimento ligero y sin consecuencias, y, en otro, en una cábala de especialistas incomprensibles y arrogantes, confinados en fortines de jerga y jerigonza y a años luz del común de los mortales.

La cultura no ha podido reemplazar a la religión ni podrá hacerlo, salvo para pequeñas minorías, marginales al gran público. La mayoría de seres humanos solo encuentra aquellas respuestas, o, por lo menos, la sensación de que existe un orden superior del que forma parte y que da sentido y sosiego a su existencia, a través de una trascendencia que ni la filosofía, ni la literatura, ni la ciencia, han conseguido justificar racionalmente. Y, por más que tantos brillantísimos intelectuales traten de convencernos de que el ateísmo es la única consecuencia lógica y racional del conocimiento y la experiencia acumuladas por la historia de la civilización, la idea de la extinción definitiva seguirá siendo intolerable para el ser humano común y corriente, que seguirá encontrando en la fe aquella esperanza de una supervivencia más allá de la muerte a la que nunca ha podido renunciar. Mientras no tome el poder político y este sepa preservar su independencia y neutralidad frente a ella, la religión no sólo es lícita, sino indispensable en una sociedad democrática.

Creyentes y no creyentes debemos alegrarnos por eso de lo ocurrido en Madrid en estos días en que Dios parecía existir, el catolicismo ser la religión única y verdadera, y todos como buenos chicos marchábamos de la mano del Santo Padre hacia el reino de los cielos.


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